viernes, 2 de julio de 2010

Aqui va, mi primer relato.

La costra de Costra.


No era una persona muy optimista después del todo, vivía con su pequeña familia en un departamento de tres habitaciones, mucho más pequeñas que su pequeña visión de la vida. Era el licenciado Antonio Costra, un abogado que por torpeza había enviado a prisión a 12 inocentes, 2 indefensos y 3 perros. Junto a sus 7 hijos, y su esposa Cecilia, pasaban el tiempo mirando la neblina grisácea que ocultaba la costa este del país.

Costra veía la televisión cuando salio de su letargo al pisar una cucaracha que se escondía hábilmente debajo del sillón, y como un eco, salio la voz chillona de Cecilia desde la cocina: “Ya te dije que hay que fumigar, esas horribles cosas siguen saliendo por toda la casa”. “Tranquila cielo”- decía el- “veras como me encargo de ellas.”

“Mi hermano huicho – Decía la mujer- nos va a visitar en unos meses Antonio, ¿no te da vergüenza que tu cuñado vea la casa infestada?, ¡que va a decir la gente!.

Por esa época, el licenciado compro todos los dispositivos mata insectos existentes para acabar con la plaga. Desde gis chino hasta tarántulas devora bichos, pero el gis solo las engordaba y los supuestos depredadores huyeron al ver que las cucarachas las cazaban a ellas, así que la plaga pronto se expandió por el edificio y no faltaban los gritos de las señoras gordas a cada momento e incluso una vecina ya había llamado a la Santa Sede para que le enviaran curas que le exorcizaran su departamento.

Por su parte, los niños se habían acostumbrado a su presencia, tanto que a veces jugaban carreras de cucarachas, la ganadora era la que se escapara primero de los zapatazos de su madre, mientras tanto algunos vecinos fumigaban sin mucho éxito y otros esperaban ahorrar para irse. Cecilia insistió en mudarse, pero parecía que las paredes estaban mas dispuestos a escucharla que su propio esposo. El abogado Costra tenia sus razones para quedarse, una de tantas era por que tenia que trabajar corrigiendo documentos en su pc 98. Ganaba poco y se quedaba días enteros sentado, a veces ni dormía. Su esposa discutía mucho con el por quedarse pegado tanto tiempo en la computadora y por que siempre le decía que busca un trabajo mejor, donde le dieran dinero en vez de descuentos en el super. Por suerte, ella también trabajaba, le pagaban por contratar gente en el mismo tipo de trabajo que su esposo realizaba.

Fue en la madrugada cuando el quería levantarse de su ordenador para beber agua, pero no pudo. Una fuerza extraña lo sujetaba en la silla. –Hay Cecilia, no puedo despegarme- decía al día siguiente, con la silla pegada en su espalda. Ella tuvo algo de compasión y le sujetó la mano mientras que el hijo mayor sujetaba la silla, pero fue difícil. Se despego de la silla, en la cual dejo embarrada una especie de masa azucarada y rosa.

Pasaron los días y poco a poco este incidente se iba olvidando, porque poco después de este suceso ocurrieron muchos mas. No podía salir al aire libre (aunque normalmente nunca salía al aire libre) por que los pájaros se le trepaban para picotearlo. No podía comer vegetales ni frutas por que su sabor le era insoportable (aunque nunca comía frtuas ni verduras) y casi no podía levantarse de la computadora porque le costaba trabajo despegarse la silla, ¡cuanta libertad le quitaba su condición!. Aunque por otro lado, no se sentía tan mal, tenia su esposa a su lado, quien siempre le traía kilos de azúcar, pan, dulces, manteca y cuanto agasajo parecido pudiera proporcionarle. Tenia que cumplirle sus antojos, porque si no, daba unos gritos que retumbaban la tierra y daban la impresión de que echarían el edificio abajo.

Poco a poco, Costra se volvía mas rosado y pegajoso. Dificilmente se habia quitado la camisa y como estaba descalzo, sus pies se pegaban al suelo, haciendo que avanzara lentamente y dejaran huellas de cómo bombón derretido por doquier. Al dia siguiente la esposa llamó a un medico en secreto, no quería que los vecinos se enteraran. Cuando el doctor que esperaba vino a verlos, se sorprendió de la condición en que estaba su paciente. Poco después, se volvió a sorprender cuando perdió su termómetro luego de haberlo dejado en la axila del paciente.

-Su esposo anda muy mal, señora Ceci.

-¿Que tiene doctor?- preguntó ella.

-Me temo que esta muy enfermo señora. No hay duda.

-Si, ¿pero que tiene?

- Tiene mucha suerte señora, pues su enfermedad es tan rara y nueva que llevará su apellido: el síndrome de Costra. Le daré un millón de pesos para que me dé oportunidad de que mi laboratorio lo investigue en exclusiva.

Entonces Cecilia, por primera vez desde que se casaron, se sintió dichosa de haber conocido a su marido.

Al intentar despedirse, la mano del doctor Gonzales se habia quedado pegada al pecho del paciente de forma accidental, asi que el médico trataba en vano de recuperar su mano, y no fue si no que hasta todos sus hijos le ayudaron que se pudo despegar, pero lo logro con tal fuerza que Costra salió despedido hasta la pared a la que le daba la espalda , al lado de su ordenador, de donde nunca se pudo despegar.

Esa noche, los niños jugaban y dibujaban cerca de el. No por obligación, si no por que les gustaba el olor dulce que su padre, o mas bien dicho, esa masa gelatinosa despedía.

Los colegas del médico quedaron sorprendidos, quizás podrían curarlo, pero tendría que ser llevado al hospital. Por ese entonces, el licenciado se había vuelto más masa rosada que persona. No hablaba desde hace mucho y solo miraba su entorno con fugaces ojos negros como insectos.

Durante largo tiempo no hubo ambulancia capaz de transportarlo, por dos buenas razones, la primera, es que su sola presencia inspiraba miedo, y la segunda, es que ya estaba fijamente pegado a la pared y era difícil sacarlo. Además, Cecilia y sus hijos, fueron olvidándose mas y mas de el.

Los departamentos vecinos empezaban a rumorear que el Licenciado Costra era algo sobrenatural, y se les enchinaba la piel de pensar en que esa cosa estuviera debajo de su cama. Hubo un tiempo en que las mamás amenazaban a los niños con echárselos a él si no se portaban bien. “Si no te portas bien, - decía una madre a su hijo- te va a llevar el abogado”

Y así pasaron varios días más y el medico de cabecera decidió hacerse un hueco en su agenda para ir a ver a su paciente y llevárselo en ambulancia con un grupo de paramédicos temerarios y fornidos, pues el licenciado ya empezaba a despedir un aroma dulzón por todo el departamento que sofocaba al edificio.

Acordaron pues, llevarse al paciente en la mas absoluta discreción, la tarde del día siguiente, el mismo dia en que llegó Huicho, el pariente conveniente de Cecilia.

¡Sobrinos!- les gritó la tarde en que llegó, equilibrando alegremente pilas de regalos que no tardo en repartirles a cada uno de los niños. Cecilia tardo un poco en explicarle a su hermano que Antonio andaba mal y no podía despegarse de la pared cual chicle mascado, el con cierto nerviosismo y ella con algo de apatía fueron a verlo a su cama vertical. Entraron juntos y vieron la monótona rutina del hombre sobre la pared.

Huicho pregunto varias veces como se sentía y el lic. Costra apenas daba rastros de vida, solo unos movimientos ligeros de algo que parecía su lengua, temblaba al intentaban decir algo. El cuñado del lic. Se estremeció de miedo, nunca había visto cosa tan fea desde que vio su mujer cocinar a su gato (era una época de crisis en la que se redescubrió el valor nutritivo de las mascotas) Pero más temor sintió el médico y su equipo al llegar ahí. Al ir retirándolo de la pared, vieron que estaba extrañamente pegado y curiosamente duro. Con ayuda unas palas, poco a poco lo iban despegando. Cual fue la sorpresa del medico cuando vio caer al licenciado. Este era apenas una carcasa de azúcar cristalina, de donde salieron kilos de basurilla, lápices de colores y cientos de cucarachas muertas, la mayoría pegadas entre si.

El licenciado había asesinado a la plaga, siendo esa la única cosa buena que se le recuerda haber hecho en toda su vida.